Juan Carlos Echeverry

Dos importantes profesores, Daron Acemoglu de MIT y James Robinson de Harvard, publicaron un interesante libro que ha tenido positivos comentarios en nuestro medio. Robinson es buen amigo de Colombia, y ha venido repetidas veces a dictar clases a la Universidad de los Andes.

En el libro, “Por qué fracasan las Naciones?”, se condena a Colombia a otros Cien Años de Soledad. Su argumento es como sigue: en el largo plazo sólo prosperan las naciones con instituciones incluyentes, que premian la innovación y la “destrucción creadora”, en un ambiente de economía de mercado y acceso democrático al poder.

En su opinión, Colombia y China pertenecen, en cambio, al tipo de nación que finalmente sucumbe, por poseer instituciones extractivas que premian a élites económicas y políticas regionales, las cuales medran en detrimento del bienestar de la mayoría de la población.

Una visión más “enriquecedora”      

Para fortuna de China y Colombia, la única teoría del desarrollo de largo plazo no es la pesimista de Acemoglu y Robinson. Robert Lucas, premio Nobel de Economía, expone una visión optimista del crecimiento económico alrededor del mundo que se puede materializar durante los próximos cien años. En su opinión, la difusión de las buena ideas y la tecnología no podrá ser detenida por la barreras o las fronteras nacionales, y hará que las mejores tecnologías de producción y administración busquen países con costos laborales bajos, ambientes competitivos y pro-negocios.

La productividad de los trabajadores podrá crecer en Asia, África o América Latina, posibilitando que los países pobres cierren paulatinamente la brecha frente a los ricos, pues crecerán a tasas superiores a lo largo de este siglo. Esto coincide con los pronósticos de muchos analistas sensatos y de inversionistas que están apostando por las denominadas economías emergentes.

De hecho, las cifras del crecimiento mundial desde el año 2000 muestran que la hipótesis de Lucas tiene más mérito que la de Acemoglu y Robinson. Esta visión constructiva le da además un rol qué jugar a los líderes de estas economías promisorias, y los rescata del desmayo intelectual que produce leer las hipótesis pesimistas.

Personalmente suscribo una visión más ecléctica del crecimiento de largo plazo. Hace unos años, el profesor Rodrik de la universidad de Harvard, comparó el mérito que tienen las cuatro explicaciones más plausibles del crecimiento en el muy largo plazo. Cada una de ellas identifica el dinamizador clave de la prosperidad en alguno de los siguientes elementos: 1) calidad de las instituciones; 2) innovación y difusión de las mejores tecnologías; 3) Apertura al comercio y ampliación de mercados; y 4) superación o aprovechamiento de las condiciones geográficas.

Por espacio de ocho años, dicté un curso llamado Pobreza y Riqueza, en el que estudié la eficacia de estos cuatro elementos alrededor del globo, por espacio de los últimos trece mil años de historia. Al mismo invité a James Robinson, cuando fue profesor visitante de la Universidad de los Andes.

La conclusión de esa revisión de la historia de largo plazo: las visiones exclusivistas, que atribuyen la preponderancia a uno solo de los cuatro elementos mencionados, son erradas. En diferentes momentos del tiempo la principal restricción de una nación, o una región del mundo, puede ser cualquiera de éstos cuatro determinares o dos de ellos, o todos ellos. Su sucesión histórica constituye una especie de ADN de cada nación.

Lucas tiene razón en determinadas circunstancias, como la tienen Acemoglu y Robinson. Pero ninguno de ellos tiene razón en todo momento o en todo lugar, que es lo que reclaman.  

Esta postura es más optimista, y abre una reflexión más rica en posibilidades para quienes tienen en frente la decisión de reformas institucionales o de políticas públicas para un país. En concreto, puestos a analizar por qué Colombia no crece más rápido y más consistentemente, debe preguntarse dónde están las restricciones más apremiantes hoy para esta economía en particular: en su geografía e infraestructura? En el insuficiente acceso a la innovación y tecnología, ligadas a baja educación y poco atractivo al emprendimiento? En la calidad de sus instituciones (regalías, víctimas y tierras, regla fiscal, gremios, corrupción, entre muchas)? En su acceso a mercados (TLCs)?

La historia económica de un país puede ser descrita, entonces, con base en las fases de estancamiento, en las cuales uno o más de estos cuatro elementos impidió su desarrollo. Y en aquellas de despegue, cuando se pudo liberar de ese cuello de botella, lo cual posibilitó su progreso; más adelante otro cuello de botella se puede presentar y perdurar por lapsos prolongados.

Colombia en el largo plazo

Frente a Colombia, no comparto el nuevo pesimismo de los autores. Colombia desarrolló instituciones inclusivas al menos desde 1920 cuando la Federación de Cafeteros empezó a descentralizar el poder, antes monopolizado por élites burocráticas del altiplano cundiboyacense. La desconfianza de que los burócratas lanudos despojaran, a través de inflación o déficit fiscales recurrentes, de una riqueza arduamente trabajada por los cafeteros, condujo a que éstos últimos asumieran por largos períodos el manejo del Banco Central y el Ministerio de Hacienda, y produjeran el más consistente récord de estabilidad fiscal y monetaria de América Latina.

La economía colombiana exhibió entre 1935 y 1980 uno de los crecimientos más estables y consistentes del mundo. Las gráficas de déficit fiscal, inflación y crecimiento, de Colombia frente a América Latina y el mundo así lo muestran.

Se produjo la delegación del manejo económico en una sucesión de tecnócratas, sin importar que pertenecieran o no al partido gobernante, tradición que se inició en 1931 con el nombramiento en la cartera de Hacienda del conservador Esteban Jaramillo, por parte del gobierno liberal de Olaya. Hay una línea de continuidad en esta tradición, que la lleva a través de Lleras Restrepo, Palacio Rudas, entre otros, y que se acentúa en los años sesenta con la llegada de los primeros economistas con formación de postgrado en el exterior, la fundación de facultades de economía y de centros privados de investigación como Fedesarrollo. Esta tradición institucional ya se acerca al primer siglo.

Los últimos veinte años han sido testigos de la creación de un sinnúmero de instituciones influyentes, como la Corte Constitucional, que ha sido garante de los derechos y defensora de la redistribución del ingreso. La elección popular de alcaldes. Las reformas constitucionales, que crearon el Sistema General de Participaciones, el de Regalías, y el de Pensiones. La banca central independiente. La sujeción de la política fiscal a reglas, en contra del imperio de la discreción de élites regionales. Finalmente, el desarrollo de reformas tributarias destinadas a la equidad, y no sólo al recaudo.

En síntesis, no comparto la opinión sombría del libro de Acemoglu y Robinson sobre Colombia. Propongo una visión más ecléctica y constructiva, basada en las mejores reflexiones de la profesión en los últimos veinte años sobre el difícil tópico del crecimiento de largo plazo.

La agenda económica del actual gobierno está construida sobre sólidas bases analíticas, y tiene fundamentos para ser optimista y pensar que nos espera algo diferente a otros cien años de soledad.

En la actualidad el optimismo liderado por el gobierno Santos se basa en el convencimiento de que Colombia puede incrementar sostenidamente su productividad a lo largo de las próximas décadas. Esa será la base del ascenso social, el aumento salarial y la creación de clase media.

Puestos a identificar los limitantes del crecimiento de la Colombia actual, creo personalmente que nuestro escaso dominio de los desafíos geográficos colombianos y el bajo acceso a la tecnología son los principales frenos. Por esto el gobierno Santos definió a la infraestructura y la innovación y educación como dos locomotoras clave. Así mismo, se identificaron los cambios institucionales y de apertura comercial que debíamos emprender.

La tarea actual es, entonces, superar los cuellos de botella que limitan el desarrollo de largo plazo: el aislamiento geográfico de muchas de nuestras regiones demanda a gritos mejor infraestructura. Así mismo, mejor educación, innovación y tecnificación nos permitirán acceder a los mercados más exigentes, con productos sofisticados, compitiendo en muchos bienes y servicios con lo mejor del mundo.

De otro lado, las dos últimas décadas han dejado posibilidades inexplotadas en la agricultura y la vivienda. Esa es la verdadera lógica detrás de las locomotoras propuestas por el presidente Santos, tarea esencial de la presente década.

Acemoglu y Robinson hacen un llamado de atención oportuno, que señala otra tarea inaplazable: las instituciones excluyentes colombianas requieren un vuelco. Los programas de Familias en Acción, Jóvenes en Acción, la Red Unidos y la atención a infancia y vejez nos han hecho avanzar en la dirección correcta. Las leyes de víctimas y tierras y la de regalías cumplen este cometido, pero falta más. La reforma tributaria que crea una verdadera y marcada progresividad es crucial, y ya fue aprobada en 2012. Así mismo, la reforma pensional, a ser presentada en breve, deberá desmontar la altísima regresividad del sistema actual.

Colombia debe aspirar a igualar en veinte años el nivel de vida de los países del sur o este de Europa. Su principal obstáculo no será alguna impotencia de crecer su PIB. No. La principal limitante será que hoy tiene la distribución de ingreso de un país africano. Revertirlo es el principal desafío de nuestra generación.