Juan Carlos Echeverry
Hay 11 millones de jóvenes entre 14 y 26 años, el 22% de la población, y 44% dicen no haber votado.
La primera causa de descontento general entre las personas jóvenes es la zozobra por no tener empleo; si lo consiguen no será formal, no tendrá protección de Salud y vejez; El desempleo disparado, en particular entre jóvenes y mujeres, es la fuente de mayor preocupación.
Lo segundo es que la promesa de la educación universitaria se ha vuelto dudosa, pues con los bajos ingresos al graduarse no pueden pagar los créditos de Icetex o de otras fuentes; peor aún si no acaban la carrera.
Lo tercero es el tema ambiental, pues consideran que en pocos años el cambio será irreversible y sienten que a las personas mayores les importa poco. Allí aparecen temas como los páramos y el reciclaje; la minería y el petróleo. Es un tema que amerita un diálogo sincero, para poder conciliar los dos objetivos de salvar empresas y empleo, al tiempo que limpiar el ambiente y asegurar la supervivencia de nuestra biodiversidad.
Otras preocupaciones apremiantes de los jóvenes incluyen el respeto por la diversidad, las etnias y las tendencias de género. Lugar preponderante ocupa la protección de las mujeres víctimas de violencia y maltrato. Por último, el animalismo, que es la sensibilidad por todas las formas de sufrimiento animal. Por supuesto, estos temas no son los únicos, pero son las que más los indignan.
Otro tema esencial es que las personas entre 14 y 28 años no sienten que los canales democráticos sean suficientes, y lo manifiestan a través de protestas. La única solución para un diálogo inexistente o incompleto es más diálogo, abierto, sincero, ojalá exento de ideologías que cieguen las mentes y los corazones.
Un diálogo orientado a soluciones prácticas y realistas a los problemas. Fácil no hay nada, y los jóvenes lo saben. Las soluciones deben ser mancomunadas pues las empresas donde quieren trabajar y las universidades donde quieren estudiar, y los profesores y profesionales de quienes quieren aprender, son creadas y administradas por personas mayores. Con lo cual, el diálogo entre generaciones es esencial y es tanto el punto de partida como el de llegada.
Un tema central de preocupación es la calidad de la educación que reciben , y por la qe pagan. La calidad no puede ser vista de manera “ombliguista”, mirando solo al pasado y contentándose con que todos nuestros niños y jóvenes vayan al colegio; más de la mitad a la universidad; y que hay una amplia oferta de educación técnica.
La calidad se mide en comparación con algo y con alguien: con nuestros competidores, con los jóvenes de igual edad de otros países, y de todos los países. Allí las pruebas PISA han mostrado que estamos abajo en la lista de países que participan, si bien hemos mejorado.
El reto de la calidad, siempre y todo lugar, es móvil, en particular en un mundo con tecnologías vertiginosamente cambiantes como 5G, inteligencia artificial, Machine Learning, sensorización, impresión 3D, etc..
Sabemos que en esa movilidad hay algunas constantes que se mantienen: las matemáticas, la escritura, la comprensión de lectura y el inglés. Nuestros estudiantes tienen mucho camino por recorrer en esos frentes.
Por supuesto, en educación se replica el patrón regional que caracteriza todos los factores de desempeño de Colombia: hay un núcleo de prosperidad relativa, entre Barranquilla, Medellín, Eje Cafetero, Cali, Bogotá y Bucaramanga, rodeado de un anillo de pobreza y atraso social, institucional y de infraestructura, en la mayor parte de la costa Caribe, la costa Pacífica, el sur, la Amazonía y la Orinoquía.
Mejorar la calidad, la pertinencia y las destrezas básicas en matemáticas, lecto-escritura e inglés requiere, por supuesto, más recursos, pero también mejoras formas de desplegarlos. Debemos usar los resortes de la recursividad humana y el deseo de superación. Ese, al fin y al cabo, el principal motivador del cambio social. El ascenso social, o para ponerlo con el término verdadero, el arribismo, es la fuerza social más potente.
Este proceso no se puede hacer sin el concurso de los maestros. ¿Podemos lograr un círculo virtuoso en que se alineen los astros a favor de mayor calidad? No tenemos alternativa a responder positivamente a esta pregunta. Tenemos que ser capaces, como lo hicieron Finlandia, Alemania, Corea, y otros países exitosos en educación.
Es imposible agotar este tema en unos párrafos que aborden un enfoque general hacia los temas prioritarios. La educación es una promesa, pero al concluirla los jóvenes encuentran que la promesa no cumple con lo prometido. Las vocaciones y talentos identificados a lo largo de década y media de educación, y las destrezas adquiridas, de alguna manera no encuentran la retribución monetaria y vital que los estudiantes esperan de ellas.
La razón puede estar en que dotamos a los estudiantes de destrezas inadecuadas; o que las mismas no cumplen con los estándares mínimos para que sean remuneradas apropiadamente. Me refiero no solamente a una remuneración monetaria, sino también de logros íntimos, personales.
En concreto, si una estudiante quiere ser escritora, y se ha preparado en el colegio para escribir los mejores textos posibles, puede descubrir, a la postre ,que no tiene las herramientas de manejo del lenguaje, técnica literaria, identificación de tópicos, conocimiento del campo literario, disciplina de producción, etc., suficientes para crear textos de la calidad que ella esperaba y que el mercado evalúa como necesarias para su publicación.
En ese momento hay un desencanto que se traduce en rabia, contra el sistema del que ella emergió con los deseos de convertirse en escritora. Reconozcamos que, al momento de embarcarse en esa empresa personal, ella no conoce los estándares a los que debe aspirar. Esa es responsabilidad del sistema educativo, de sus maestros, y del ambiente de aprendizaje: mostrarle qué requiere y cómo puede llegar a adquirirlos. Es indispensable una tutoría continua que la acompañe en el trayecto.
Un buen sistema educativo debe estar auto-preparándose y auto-regulándose continuamente para responder a esas solicitudes incrementales y cambiantes de sus estudiantes.
Nuestra labor debe ser construir ese sistema educativo autorregulado, que conozca lo que necesita y lo que esperan sus educandos, de tal manera que pueda aspirar a cumplir con las promesas que esos pupilos esperan cumplir en su trayecto a través del sistema.
Si somos capaces de construirlo y adaptarlo continuamente, no habrá frustración al momento de graduarse y salir al mundo en el que se despliegan las destrezas adquiridas, se desarrollan los talentos y las vocaciones.
Los estudiantes entenderán que la educción es, realmente, “aprender a aprender”. Que los centros educativos son similares a aeropuertos espirituales, por decirlo de alguna manera, en los que se inicia un viaje de aprendizaje; y no unos supermercados de conocimientos.
Los conocimientos se desvalorizan en la medida que pasa el tiempo, pero el aprendizaje como actitud continúa y nunca se desvaloriza. Todo lo contrario, la capacidad de aprender continuamente es lo que nos valoriza incesantemente a través de la vida. Cualquier cosa por debajo de eso lleva al desencanto y las manifestaciones callejeras.